“Vale la pena invertir en mujeres” – Lola Apolinario

Hija de ambulantes sin estudios, Lola Apolinario no quiso más padres maniatados a su suerte. Por eso, da talleres a mamás de asentamientos humanos y elabora productos que mejoran vidas

Por: Antonio Orjeda

Lola Apolinario creció en un asentamiento humano de Chorrillos. “Toda mi infancia me la pasé viendo a mi mamá trabajar desde temprano. Yo vendía verduras frente a su puesto de comida”. Tercera de seis hermanos, todos profesionales, eligió ser artista plástica. Conoció a Máximo Atachao en la Escuela de Bellas Artes, quien creció en un asentamiento humano de El Agustino. Juntos diseñan, elaboran y comercializan artículos con material reciclado y con la participación de madres de escasos recursos económicos. Las instruyen y empoderan, varias ahora dan talleres y lideran sus propios negocios.

Sus padres no acabaron el colegio, pero fueron ambulantes y les dieron educación superior a sus seis hijos.

Su deseo siempre fue que tuviéramos un mejor futuro, más oportunidades que las que ellos tuvieron.

Su anuncio de querer dedicarse al Arte debió causarles un conflicto.

Sí. Dibujaba muy bien. En el colegio, todo concurso que había, ¡yo lo ganaba! Pero en un inicio fue difícil definirme. Para mi papá, yo destacaba por mi personalidad; y como me gustaba conversar, sustentar, pensé: Derecho. Entré a una academia para prepararme, pero por la Semana de la Juventud hicieron un concurso de pintura y gané. Ahí dije: “Si he ganado en la academia, hay potencial”. Hablé con mi papá: “Quiero estudiar en la Escuela (de Bellas Artes)”. “La Escuela no es la universidad, hijita. Mira que yo quiero que tengas un buen porvenir”.

Como muchos papás, habrá pensado: “El artista se muere de hambre”.

Sí, pero mi papá creía en nosotros porque él nos había formado; y si bien se opuso al principio, lo convencí: “Papá, si uno es el mejor, puede destacar”. “Pero tienen una vida bohemia”. “Papá, voy a dedicarme a estudiar. Voy a ser la mejor alumna. ¡La mejor!”.

Muchos, pese a su talento, no destacan.

Es que no basta tener talento. En nosotros, además estaba el tema de emprender algo.

En ello tuvo que ver el que vinieran de familias comerciantes.

¡Era genético! A mí me encanta ofrecer, vender, estar con el público. ¡He vendido desde niña! Agarraba mis verduritas, las empaquetaba y salía a ofrecerlas; y era ¡muy feliz! Nunca sentí vergüenza.

¿Qué edad tenía?

Tendría 8 o 9 años. Otros, de repente se habrían avergonzado. ¡A mí me encantaba! Lo vendía todo. Nunca sentí la pobreza, nunca me sentí frustrada por nada.

No se sintió menos por ser ambulante.

Me sentía lo máximo. Decía: “¡Qué capacidad tengo, ya lo vendí todo!”. Mi mamá es testigo. Yo le decía: “Mira mamá, todo lo que he hecho”.

Egresó como artista plástica, seguía una segunda especialización en Docencia cuando Máximo le planteó brindar un taller de arte en un hospital de los Barrios Altos.

Lo que hizo Máximo fue decisivo. Él había acabado dos, tres años antes que yo, y me lo planteó. Armé un pequeño proyecto y comenzamos.

¿Eso marcó una diferencia?

Sí, porque fue el primer taller que hicimos en equipo.

De lo contario, ¿cuál habría sido su futuro?

Cuando ingresé a la Escuela, dije: “Voy a trabajar como docente en Arte”. Mucha gente lo hace: trabaja en dos, tres colegios; y gana ¡bien! Yo quería eso, pero además quería hacer talleres, trabajar con mamás; me atraía darles la oportunidad de participar en un taller de arte.

¿Por qué? Porque creció en un asentamiento humano y…

Porque lo viví. Veía a muchas personas, gente de edad, que no había tenido la oportunidad. ¡Mi mamá! Ella quiso estudiar Enfermería, pero no pudo.

Al inicio su propuesta fue más comercial.

Máximo me buscó e hicimos el taller (en el Instituto Nacional de Ciencias Neurológicas de Barrios Altos), después -como éramos alumnos destacados en la Escuela, tenemos una vida disciplinada, nos esforzamos mucho- el director académico nos invitó a dar talleres de extensión para el público en general…

Fueron ganando espacio por su talento y por su disciplina.

Estando en la Escuela hacíamos talleres, proyectos y destacábamos. Por eso nos invitaron. Ya habíamos empezado a llevar talleres, cursos, para empaparnos de temas empresariales; y les armamos seis talleres de capacitación.

Tenía interés por hacer negocio, no por desarrollar su filón social.

Hicimos el taller en el Instituto Nacional de Ciencias Neurológicas y nos fue bien; en los que hicimos dos años en la Escuela, también. Venía mucha gente, de diferentes lugares: La Molina, Los Olivos. Nos comenzamos a vincular con señoras que llevaban el curso no solo para aprender, sino para empezar a vender; ahí nos dimos cuenta de que no bastaba con ofrecer talleres a instituciones que los podían pagar, el tema era: ¿Qué hacemos con las señoras que no pueden? ¿Cómo llegamos a ellas? Para entonces habíamos comenzado a vender nuestros talleres a empresas como Faber Castell.

Identificaron el insumo con el que trabajarían: material reciclado.

En un inicio, era lo más cercano. En la Escuela te forman para trabajar con óleo, acuarela, todos materiales caros. En nuestro primer taller de capacitación, en Chorrillos, tuvimos a 30 mamás. ¿Con qué material íbamos a trabajar? No tenían para cubrir los costos. “¿Qué tenemos más a la mano?”. “¡Papel!”. Agarramos nuestras separatas de la Escuela (ríe)… y les dijimos: “Remójenlas”; y empezamos. Conocimos a Marina Bustamante (dueña de Renzo Costa) y vimos la posibilidad de trabajar con cuero reciclado.

Los aretes y el collar que lleva puestos son de cuero. Renzo Costa es su aliada, ¿cómo así?

A Marina Bustamante la conocimos en uno de los eventos de la Cámara de Comercio de Lima. Nos acercamos, vio nuestros productos con material reciclado, le explicamos que estaban hechos por mamás, le gustó lo que hacíamos en los talleres de capacitación en Chorrillos. “Yo tengo cuero, a ver qué puedes hacer con eso”. Eran residuos de carteras, nos los dio y no sé si pensó que iríamos a regresar; armamos un producto y se lo llevamos a su empresa.

Le llevaron lo que habían hecho con esa merma.

Unos llaveros. Así nació la posibilidad de que nos encargara una línea de productos: jaladores para sus carteras. Fue el primer trabajo para las mamás.

¿Cómo se benefician ellas?

Venden el producto. Las capacitaciones son gratuitas, nosotros cubrimos todo; las señoras aprenden a desarrollar el producto, tienen dos alternativas: desarrollar su propio emprendimiento –para lo cual también las apoyamos- o la venta de productos. Conectamos su trabajo con el cliente.

Han hecho llaveros para Mitsui. ¿Qué porcentaje del precio es para ellas?

Casi el 40%. Un 10% adicional se va en gastos de representación del producto, porque nos hacemos cargo de todo el packing (empaque y presentación). En el caso de las esculturas, también reciben el 40%, según el grado de participación. Cuando se trata de tejidos, reciben el 60% porque ya saben tejer y, prácticamente, los desarrollan por completo. Cubrimos la materia prima y todo lo que permita hacer y vender los productos. Muchas mamás ya tienen sus propios negocios y dan talleres.

Además, debe percibir cambios en sus personalidades.

Son nuestras vecinas, en cada taller estamos tres, cuatro meses. En ese tiempo compartimos, nos empapamos de sus vidas; te dicen que tener trabajo, un dinero, les da libertad; no sentirse amarradas al esposo. Ganan autonomía, sienten que también pueden contribuir.

Sus hijos –mujeres y hombres- crecen viendo que tanto papá como mamá están en condiciones de aportar a la mejora del hogar.

Por eso vale la pena invertir en mujeres. Tenemos muchas alumnas que ya tienen sus talleres. ¡Nos gusta!

Por esta labor fue becada y partió a EE.UU.

El 2006 participamos en un concurso de planes de negocio del Ministerio de Trabajo. Ganar fue decisivo, nos permitió ordenar nuestras ideas: ver esto de manera más empresarial. Queríamos ayudar, aportar, pero al ordenarnos nos dimos cuenta de que podíamos lograr esto y mucho más a través del perfil de una empresa inclusiva.

¿Qué es lo que más le gusta de esto?

Estar en contacto con las personas: con las mamás, transmitirles conocimientos y experiencias; con los clientes, haciéndoles ver que pueden acceder a productos de calidad, hechos con materiales ecológicos y de bajo impacto ambiental y que, además, hay una comunidad que ellos pueden ayudar a desarrollar.

Hacen empresa y le hacen bien a su comunidad y al medio ambiente.

Sí. Hemos participado en muchos concursos con nuestro plan de negocio. El 2008 ganamos uno que incluía la exportación. Ese 2008 fue decisivo, porque postulé a una beca en EE.UU. y allá pude conocer muchos casos de emprendimiento. Llevé nuestros productos, les interesaron por su calidad y por todo lo que había detrás.

¡Están en todas!

Estamos comercializando, vendemos a empresas, tiendas; están los talleres. Lo que estamos haciendo ahora es contactar a los talleres productivos de la zona para articularlos.

El próximo paso es la exportación.

Es parte de nuestro plan.

Sus talleres eran antes en el asentamiento humano Virgen del Carmen, en la parte baja de este cerro. Ahora están en Bello Horizonte, la zona más alta. ¿Por qué?

Nos dimos cuenta de que muchas mamás bajaban del cerro. Es un tramo un poquito largo y tenían que bajar con sus materiales –¡y con sus niños!-, así que dijimos: “Hay que acercarles los talleres”. Gestionamos, y se dio.

Para ello tenían que ganarse la confianza de los dirigentes.

Todos nos conocen. Máximo tiene a su familia aquí, vivimos aquí, saben de nuestra reputación.

Su papá no quería que siguiera esta carrera. ¿Qué dice ahora?

Falleció hace tres años, pero llegó a ver las fotos. “Mira papá, estoy en la Cámara de Comercio (de Lima); estoy en tal feria en EE.UU.”. Veía todo. Cuando ya estaba mal, le dije que quería hacer empresa. Me preguntó varias veces: “¡Estás segura!”. “Sí papá” (se ha quebrado al recordarlo)… Todavía no habíamos formado Imaginarios, íbamos a comenzar a ver la parte legal. “¿Estás segura, hijita?”. Me lo preguntó cuatro veces. “Sí, papá, puedo hacer muchas cosas: a mí me interesa apoyar a quienes como ustedes no tuvieron. Tú no tuviste la oportunidad de estudiar y nos hiciste a los seis profesionales. Con la empresa, ¡voy a poder hacerlo!”.

¿Qué le dijo?

“Hazlo. Pero tienes que ser la mejor”. Él siempre fue exigente; y al mes que mi papá fallece, fallece el papá de Máximo. Entonces, nuestro compromiso es ese: estamos aquí para lograr lo que planificamos desde que estábamos en las aulas de Bellas Artes. Lo hemos pasado del papel a la realidad, y funciona. Y ahora, productos hechos en El Agustino, están llegando a Mitsui; lo hecho por nuestras mamás de Chorrillos está llegando a Xerox. ¡Eso nos llena! Es nuestro compromiso.

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