“¡Todos queremos que alguien nos abrace!” – Ana Muñoz

Ana Muñoz llegó como maestra a un colegio por el que deambulaban ladrones y fumones en plena clase. Lo ha revolucionado. ¿Sus armas? Amor y baños limpios

“¡Todos queremos que alguien nos abrace!”

Por Antonio Orjeda

En Pamplona Alta hay un colegio admirable. Funcionarios de organismos internacionales han llegado y constatado que, donde la violencia y la falta de recursos económicos cunden, también se forjan ciudadanos de primer nivel. Su modelo de enseñanza es hoy replicado en cientos de escuelas del país. Ana Quiroz, directora del José Antonio Encinas, sonríe. Reclama, eso sí, mejor sueldo para el maestro peruano, pues conoce a un sinnúmero de colegas que –pese a todo- no se rinden y trabajan para transformar vidas.

¿Qué es lo peor de ser maestro en el Perú?

No encontrar la oportunidad para desarrollarte en la escuela. Eso tiene que ver con las relaciones interpersonales de los maestros: llegar a un ambiente hostil deteriora su salud emocional. Los lastima, confronta, los limita en sus hogares… Esa es la carga con la que muchas veces viene a trabajar un maestro.

Tiene 30 años en el magisterio. ¿Por qué continúa?

Hago cosas que alimentan mi espíritu. Todas las mañanas salgo a correr, así boto la mala onda y llego sana a mi escuela.

Egresó el 81, un año después llegó a este colegio estatal como maestra. ¿Cómo era?

Cuando llego -el 31 de mayo de 1982-, estaba rodeado de basura. Pintarrajeado con las pintas de esa época, de Sendero Luminoso; no había control de nada. No había buena organización, se desperdiciaban los recursos.

¿Tenía ya esta infraestructura?

No. Era una construcción hecha por los mismos padres de familia, sin planificación; aulas por aquí, por allá. Tenía un cerco perimétrico, pero los ladrones y fumones lo pasaban cuando querían. Eso afectaba la tranquilidad, los maestros se asustaban al ver que ingresaba gente de malvivir.

¿Le daba miedo venir a enseñar?

¡Por supuesto! Venía sudando frío. Pero, una vez que cruzaba la puerta, decía: “¡Ya estoy en mi escuela!”.

¿Cuántas veces le han robado?

Nunca. Treinta años en esta escuela y nadie me ha tocado. Cuando paso, la gente me dice cosas bonitas: “Directora, cómo está. ¿Tan tarde se va a casa?”; me observan, me cuidan.

¿Cómo se ganó el respeto?

Siempre he sido una buena maestra; y creo que mis alumnos han sido los mejores vendedores para que se sepa quiénes somos. Ellos hablan con sus familias; y las familias, los barrios, se pasan la voz.

Tenía alumnos que se quedaban dormidos en clase. No porque no quisieran atender, estaban desnutridos.

Muchas cosas andaban mal, su salud estaba quebrada. El problema era la mala nutrición.

Con otras colegas querían hacer algo, pero el director no las respaldaba.

A la hora de recreo conversábamos: “¿Qué vamos a hacer? ¡Mira lo que está pasando!”. Los niños se dormían, sus caritas tenían manchas blancas, igual sus uñitas, ¡por la desnutrición! Estaban llenos de parásitos. A veces los encontrabas en el patio, mientras jugaban yaces se les salían.

¿Por el ano?

Sí, unas lombrices redondas. Eso me impactó. “Dejemos de hablar, ¡hay que hacer algo!”. Sacamos ollas de nuestras casas, comida; y les hacíamos tallarines, papa a la huancaína, quinua…

Eran los 80, el maestro estaba mal pagado.

Siempre lo ha estado.

Si era así, ¿por qué lo hacían?

Eso viene contigo. Los que realmente somos maestros, tenemos dentro el querer servir a los demás. Con un grupo de profesoras decidimos cocinar, terminábamos llenas de tizne (ríe)… porque cocinábamos con leña y kerosene. Un día, nos vio una amiga; nos tomó una foto y nos prometió: “Mis hijos estudian en Suiza, les voy a mandar estas fotos”.

¿Quién era ella?

Una chica de una ONG a la que le conmovió lo que estábamos haciendo por los chicos. En Suiza, sus hijos organizaron un concierto de violín y, lo recaudado, nos lo enviaron. Con esa plata compramos una cocina, ollas; así empezó a funcionar nuestro comedor.

¿Y el director?

Decía que no era pertinente, que la escuela no era una casa.

El 95 se presentó a un concurso para tentar la plaza de directora. Ocupó el quinto lugar.

Para entonces, tenía dos años a cargo de un programa especializado en la Ciudad de los Niños. Un albergue para niños abandonados, eso marcó mi vida. Me enseñaron a trabajar en equipo, a organizarme.

Por el puntaje alcanzado, tenía opción a elegir en qué colegio trabajar.

Pero esta era mi escuela. Había muchos niños abandonados, mucha desgracia, desorganización. “Si yo retorno –decía-, puedo hacer muchas cosas buenas”.

Y empezó su revolución por los baños.

Por ahí. Todos los procesos que se han dado en la escuela han sido procesos educativos. Para transformar las vidas de los niños, las de las personas, tienes que educar.

Eran baños colapsados: los orines, las heces, rebalsaban.

Un espacio al que nadie le daba importancia, toda la atención estaba puesta en la cara -en la fachada-, a la que incluso le habían puesto mayólicas. Para mí, el lugar más importante y que implica respeto, son los baños. Allí, el niño está en contacto con su cuerpo. ¡Tenían que estar impecables! Y lo entendieron los padres, los trabajadores y los niños. Iniciamos sesiones para enseñar a cómo usar el baño, dónde echar el papel…

Y los chicos se convirtieron en los maestros de sus padres.

Así es. Un niño que vive en limpieza y orden, regresa a casa y dice: “Mamá, así no”. Así, sus casas están más limpias, más ordenadas.

Tres años después, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) premió su iniciativa.

El 98, por buenas prácticas en salud. ¡No tengo fotos! Entonces no tenía cámara fotográfica.

Estudié en colegio nacional. Para entrar al baño había que poner tablas sobre ladrillos, pues el piso era un mar de orines.

¡Así era acá! Y después, cuando se produjo el gran cambio, quedaron impecables. Y también sus aulas, sus mesas. Y todo como parte de un proceso educativo. Por eso vino la OPS. Adonde iba, yo contaba lo que estábamos haciendo. La gente no creía. Les decía: “Pueden ir”. Claro, como es Pamplona Alta, no creían.

Tiene una anécdota sobre un funcionario del Banco Mundial.

¡Se apareció un día sin avisar! Al final: “Tu colegio es como un oasis”, me dijo; y viajé a Washington. Aquí, eso generó el trabajo de una comisión multisectorial conformada por los ministerios de Educación, Salud y las ONGs, que creó la estrategia de Escuelas Limpias y Seguras. ¡Se convirtió en una política! Vinieron los ministros, se firmó el convenio y ahora rige en todo el país.

Y todo, gracias a la voluntad de una directora que quería hacer las cosas bien.

Los directores tenemos mucha responsabilidad. Somos la cabeza, la razón del éxito o fracaso de una institución. También es importante el trabajo de los profesores. Sin ellos, no haces nada.

¿Cómo se puede ser comprometido siendo si sueldo tan miserable?

Eso tiene que ver con la sensibilidad. Tienes que trabajar en la persona. Hemos realizado talleres sobre habilidades sociales, para desarrollarnos como personas saludables.

¿Cómo hizo para sacar esto adelante? Es viuda, sus dos hijos aún estaban estudiando y, claro, su sueldo es escaso.

Cuando decidí ser maestra, sabía que iba a ganar poco. Tuve que reconocer mis fortalezas: “Soy buena para motivar”. Tú me dices: “No sé”. Yo te volteo el pastel, te demuestro que eres excelente y te hago trabajar ¡y ganas plata! Ese es mi trabajo: capacitar. Hago talleres de capacitación, brindo asesorías, realizo proyectos innovadores para terceros. Por eso, percibía un dinero que me servía para vivir bien, educar a mis hijos y dedicarme 100% a mi escuela.

Encontró la manera…

De sobrevivir en este oficio. Mucha gente dice: “Ese sueldo miserable”. Para mí, es una bendición trabajar en una escuela, me da la oportunidad de hacer muchas cosas.

Como usted, su hija, pese a todo, ¡decidió ser maestra!

Estudió en la Normal (en el Instituto Pedagógico Nacional Monterrico), la formaron excelentemente bien. Se casó, se fue a EE.UU., allá hizo dos años de universidad y ya es maestra bilingüe certificada. Una excelente maestra.

El Ministerio de Educación le ha encargado, además, la coordinación de la Red Educativa de la UGEL 01. Son ¡más de 400 colegios! de San Juan de Miraflores, Villa María del Triunfo, Villa El Salvador, Manchay, Pachacamac y los balnearios del sur.

Mi responsabilidad es compartir con mis colegas lo que he aprendido y resolver –en mesas de trabajo- los problemas que puedan tener. Emprender también nuevos retos, generar.

Está conociendo a más maestros valiosos.

¡Oh, sí! Ahora que me estoy dedicando a visitar escuelas -porque estoy haciendo una supervisión de los procesos pedagógicos de los maestros de segundo grado-, me encontré con una maestra que tiene 18 alumnos; ocho, con alguna discapacidad. Me pareció increíble cómo se mataba trabajando, con distintos materiales, luchando para que todos aprendan.

¿Dónde?

En Tablada de Lurín. Le pregunté: “Tiene a alguien de Educación Especial que la esté acompañando”. “No, estoy sola”. “¡Y tantos niños con discapacidad en su aula!”. Solo debería tener a uno, y tiene a ocho. La vi trabajar con cada uno de manera especial, ¡esa es una maestra! Se lo dije a sus niños y ellos la aplaudieron fuerte. Hay muchas personas lindas en educación; comprometidas, con ganas de trabajar; a las que, si les dieran un poquito más de ayuda, podrían avanzar mucho más. Por eso, es muy importante articular la escuela con la sociedad civil. ¡Muy importante!

Necesitamos más directores con talento y con coraje.

¡Con convicción! Porque lo que estás haciendo es transformar la vida de más de 1,500 personas. Los directores tenemos que salir a buscar recursos para la escuela, capacitación para los maestros; y lo hacemos usando el tiempo que deberíamos pasar en las aulas, viendo qué se está haciendo, cómo se está educando.

Los han visitado profesores gringos de escuelas en zonas bravas de EE.UU. para conocer su experiencia y replicarla en su país.

Sí (ríe)… Nos dicen: “¿Cómo pueden enseñar matemáticas en medio de la violencia?”. Cuando llegaron, pensaron que aquí se mataban a cuchilladas, pero se encontraron con unos angelitos. “¡Cómo has hecho!”. Educar con ternura, con tino, dándoles nuestro tiempo; porque a la gente violenta tú no le puedes ir con un chicote encima, tienes que trabajar su alma.

Necesitan amor.

¡Nada más! Tan fácil y no cuesta nada; y, con los padres, lo mismo. Dar ternura. ¡Todos queremos que alguien nos abrace! Y escuche. Nada más.

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