“¿Miedo? Yo, el miedo lo he roto” -Veronica Valdivia

En todo América no existe otra mujer que opere grúas de tanto tonelaje. Verónica Valdivia conduce desde los 8, su papá se opuso a sea abogada, sabía que brillaría en el mundo de los fierros

Por Antonio Orjeda

Sus jefes acaban de ser felicitados por la Minera Volcan, pues el trabajo que Grúa e Izajes debía cumplir en una semana, Verónica Valdivia lo ha hecho en 48 horas. Once años atrás, esta aguerrida arequipeña era anfitriona, para llegar a operar los mastodontes que ahora domina, primero debió demostrar que es capaz de domar ‘máquinas menores’. Es decir: tractores de oruga, cargadores frontales, retroexcavadoras, volquetes y demás juguetitos.

¿Qué es una grúa RT?

Una grúa todo terreno.

Capaz de levantar 130 toneladas.

Sí, pero tenemos una AT. La RT tiene una sola cabina, cuatro neumáticos y una estructura capaz de cargar 130 toneladas. La AT es una grúa camión. O sea, tiene dos cabinas: una para el camión y otra para la grúa. Esto dificulta aún más la operación. De esas, tenemos grúas de 90, 130 y 350 toneladas; y estamos esperando una de 600 y otra de 1.200 toneladas. Esa va a ser la más grande del Perú.

¿Existe la posibilidad de que la maneje?

¡Claro! Estamos a la espera de un nuevo entrenamiento para la de 350. Para el primero hubo que sacrificar a uno de nosotros, para que se quede en el campo. De lo contrario, se quedaba sola la operación. ¿Y quién era capaz de llevar sola la operación? Yo. Porque no solo veo la operación, también apoyo en logística, veo temas de negociación, que se hagan efectivos los pagos, que los muchachos tengan campamento. Yo coordino con todas las áreas.

Es mucho más que una operadora de grúas.

Mis compañeros me dicen: “¡Por qué lo haces! ¡Nos haces quedar mal!”.

¿Qué les responde?

En un comienzo, lo hice porque mi jefe no tenía personal de apoyo. Ni bien llegó su asistente -para no tener tanto ‘cuchillo’ encima- lo dejé, porque también tengo que estar en ‘comuna’ con mis compañeros (ríe)…

Su papá fue corredor de autos, usted creció entre camiones y llantas gigantescas.

Es verdad. Cuando jugaba a las escondidas, mi refugio era debajo del cigüeñal, de los ejes de las llantas; y cuando jugábamos carnavales, nos pintábamos con grasa de camión. ¡Imagínate!

Al terminar el colegio pensó seguir Medicina o Derecho.

Mi papá me dijo que no. Él quería que sea mecánica, tornera o soldadora. Si no escogía una de esas, no había nada. “Médicos y abogados hay demasiados. Los mecánicos nunca se mueren de hambre, porque siempre va a haber carros”, me decía.

Definitivamente tenía que haberle visto pasta para eso.

A los 11 años casi le choco su camión (ríe)… Quería que me enseñe a manejar y él no me enseñaba. “¡No! Los hombres nomás aprenden. ¡Y tú no eres hombre!”. En una de esas, aproveché que estaba tomando unos tragos en la casa de mi abuelito, me subí al camión y lo intenté arrancar; y como estaba enganchado en primera, dio reverendo salto. Salió humo y todo el mundo apareció. Mi papá: “¡Cómo se te ocurre!”. Yo, llorando: “Es que quiero aprender y tú no me enseñas” (ríe)… “Ya, siéntate en mis piernas. ¡Te voy a enseñar!”. Y yo, llorando, pero contenta. Me empezó a enseñar; pero a manejar camión, porque auto ya manejaba desde pequeñita.

¿Pequeñita?

Desde los 8. Manejaba medio parada y en puntitas, porque no alcanzaba al acelerador.

¡Entonces no fue capricho de su padre el rechazar que sea médico o abogada!

No, pues. Porque ¿que a los 17 años esté manejando un tractor agrícola con dirección mecánica, que entonces no eran como ahora, que con una mano giras el timón? Él siempre me jalaba y trataba de enseñarme todo.

¿Cuántos hermanos son ustedes?

Soy la única.

Él falleció el 2001. Eso afectó económicamente a su familia.

Bastante. La nuestra era una economía mediana, y a raíz de todo lo que se tuvo que gastar por su enfermedad –tú sabes cómo es el cáncer- y como estuvo mal durante dos años, en vida hipotecó casas y chacras por cantidades realmente fuertes. Me daba pena que otros se fuesen a quedar con todo lo que me recordaba a mi padre. Entonces todavía estaba casada, y con mi esposo y mi madre nos propusimos recuperarlo todo. Todos nos decían que vendamos. Que, si solo éramos mi madre y yo, ¡para qué queríamos tanto! Pero no, y en mi ilusión por recuperar lo de mi padre, miré esto: la maquinaria pesada. “¿Qué hago?”, le pregunté a un amigo que tenía años manejando estos equipos. “Ponte a estudiar”. Había una señorita que operaba excavadoras, la vi en la Minera Cerro Verde, y dije: “Yo también quiero”; pero no lo hice mirando la excavadora, sino la pala mecánica y el camión minero (máquinas de mayor volumen). Dije: “No voy a parar hasta llegar a esos dos equipos”.

¿Cuánto tiempo le tomó lograrlo?

Seis años. Tuvieron que pasar seis años para poder subirme a un camión minero y sentir lo que es manejar un edificio.

Uno debe sentirse el dueño del mundo al timón de esas enormes máquinas.

A mí me apasionan. ¡Me encantan esos equipos!

Hoy conduce máquinas que cargan más de cien toneladas. Un pequeño error puede ser fatal, ¿no?

Claro. Durante el entrenamiento con las grúas de celosía, en el muelle del Callao, tenía una de 245 toneladas sobre orugas -¡es una maquinota!-, y ahí fue que mis nervios fueron puestos a prueba. Siendo un lugar tan hermético, en una misma noche se cayeron dos grúas.

Eso debió ser como que se desplomaran ¡un par de edificios!

Exacto. Esa fue una de las tantas en las que la he visto cerca. Ocurrió un día en que trabajamos de corrido. Era para que nos quedáramos hasta la una de la mañana, pero como terminamos dos horas antes y el jefe nos dejó ir. A eso de la una, me llaman para decirme que en el lugar donde la madrugada anterior yo había estado trabajando, una grúa se había caído. De haber estado ahí, no habría tenido adónde correr. Fue una experiencia tremenda. Uno aprende de los errores, por eso me he vuelto bastante estricta. Eso afecta a veces a los supervisores, a los capataces, porque dicen: “O sea, yo soy ingeniero ¿y tú me estás mandando?”. Es que algunos se han malacostumbrado y trabajan fuera de los procedimientos; y yo no trabajo así.

Porque sabe cuáles son las consecuencias.

Porque trabajando con esos equipos he visto la muerte cerquita. Un mal movimiento, y puedo morir. Una vez, mientras lanzaba pilotes (para la construcción de un muelle) con la grúa de celosía que tiene cuatro estabilizadores -son como chupones que van a tierra-, perdimos estabilidad y la alarma se disparó. Se fue a rojo. Por la radio, me decían: “¡Suelta, suelta! ¡Libera!” (el pilote, para que recupere estabilidad). Tuve que maniobrar para lograr la aceleración adecuada, y toda la gente atrás: “¡Se levanta la grúa!”. Después me dijeron que uno de los lados se había levantado 45 centímetros. Pude terminar dentro del mar. Ese, en el muelle del Callao, fue uno de mis trabajos más fuertes. Cuando lo logré, volteé y los vi a todos, pálidos, sudando. “¿Estás bien, loquita?”. Bajé tranquila, me llevaron adonde se había levantado la grúa; me indicaron cuánto se había levantado y ahí recién empecé a temblar (ríe)…

Fue algo fortuito, no fruto de la irresponsabilidad.

No. Son momentos de tensión, que se viven pese a la experiencia que uno pueda tener.

Gabriel, su hijo de 12 años, conoce estas historias.

Muchas sí, muchas no. Es difícil explicar, pero sí le he contado que una vez casi me voy al mar. En otra, se me cayó una lámpara y abajo había trabajadores, los pude matar. Cualquier incidente, así sea apretarle un dedo a un compañero, para nosotros los operadores de grúas, es intento de homicidio; y si llega a fallecer, es cárcel inmediata.

¿Cómo se trabaja con tanta responsabilidad encima?

Para eso nos capacitan: para tener ese temple, esa tenacidad.

¡Habría sido más fácil ser médico o abogada!

Sí (ríe)…

¿Se equivocó su papá, entonces?

No, porque él tampoco sabía de grúas (ríe más)… Él solo llegó hasta mecánica.

Es la única mujer en el país que opera este tipo de máquinas.

A nivel nacional y de Sudamérica, porque los entrenamientos que recibo nos los brindan gente de Bélgica, Holanda, Alemania…

Y para ellos…

He sido la primera mujer a la que instruyeron. Solo me falta descartar si en Asia hay otra señorita operadora de estos equipos.

¿Para saber si es la única en el mundo?

Sí (ríe)… Recuerdo a jefes extranjeros que he tenido -filipinos, taiwaneses, japoneses-, que siempre me decían: “¡Oh, great operator!”. Estamos hablando de gente con experiencia, que trabaja en grandes construcciones.

¿Ser la única mujer multiplica su grado de responsabilidad?

Así es.

¿Eso no hace que su carga diaria sea tremenda?

Al comienzo, me costaba. Veía cien cascos blancos mirando lo que hacía. Me ponía nerviosa. A las grúas, a todo equipo pesado, por ser de alta tecnología, se le tiene respeto. Respeto, le tengo y bastante; pero, ¿miedo? No, yo el miedo lo he roto. No le tengo miedo a los equipos que vengan. Que sigan viniendo ¡y de mayor tonelaje!

¿Cuál es su meta?

Llegar a los equipos más grandes, pero ya como ingeniera, para demostrar que los operadores también podemos alcanzar esos conocimientos. Quiero terminar Ingeniería, pero para seguir siendo operadora.

¿Por qué?

¡Porque es apasionante! Tú lo has dicho: tienes el poder en tus manos. ¿Que alguno de mis compañeros operadores me diga que no es feliz en sus equipos? Pese a la presión -que es real-, ¡cómo no te va a gustar operar un equipo así! Como dice mi hijo: “¡Son Transformers!”.

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Un comentario

  1. Es una excelente historia en vivo y leyéndolo – me dijo- yo hubiera hecho esto y aquello-.Realmente, nuestras niñas y adolescentes necesitan de estas publicaciones, que nos diferencia de romanticismos históricos, que son importantes? Si, pero ya es tiempo que nos sacudamos de su sombra.
    Gracias por este esfuerzo Sr. Antonio Orjeda.

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