Entrevista a Meche Correa “No sería quien soy si no amase a mi país como lo amo”

Ella ha reconvertido el manto con el que las peruanas llevan a sus guaguas. De la lliclla, ella ha hecho un bolso que es un éxito en París. Y ese, no es más que uno de sus logros
Publicada el 05/10/2004

La lliclla convertida en bolso. Sombreros andinos que, puestos de cabeza, son carteras con asas hechas con cacho de toro. Cuadros de la Escuela Cusqueña vueltos cojines. Todo eso, que tiene por materia prima el arte serrano local, se luce hoy en las calles y casas de París y Nueva York.

La responsable se llama Meche Correa. Nació en La Victoria, al costado de la comisaría del llamado Barrio Obrero. Advertencia: Cuando habla de lo que hace, ella se emociona mucho, mucho, mucho.

¿Quién es Meche Correa?

Meche Correa es Carmen Mercedes Toledo Aráoz de Correa, pero me resumí en Meche Correa porque yo le debo a mi esposo Hiran Correa mucho de lo que soy.

¿Cómo es que nuestra lliclla ha llegado a París?

Hubo un evento de Prómpex en el que participé (Perú Xport 2003), donde expuse mi lliclla y más de uno se enamoró de ella. Allí contacté a una clienta que se las lleva en cantidad; y ahora está por salirme un pedido para Suiza.

Estoy sorprendida, siento que en todo esto hay una magia y que, esa magia, me la da mi país; porque yo no sería quien soy si no fuese peruana, si no amase a mi país como lo amo. Ese amor es el que me ha impulsado a dedicarme al diseño, transmitiendo siempre el arte de mi país.

Toma accesorios locales y los reconvierte, los hace exportables, masivos…

¡No! Yo no apunto a lo masivo. En principio, porque todos mis productos están hechos a mano. Yo trabajo cada una de las piezas, ahí está la magia de mis cosas.

¿Cómo empezó todo?

La creatividad está conmigo desde que nací.

¿Es diseñadora de profesión?

No. Soy decoradora de interiores de profesión, aunque creo que debí haber estudiado diseño. ¡Lo llevo en el alma!

Haber estudiado decoración me ayudó, pues de alguna manera está vinculada al arte. ¿Cómo empezó todo? Hace 25 años abrí una tienda en el centro comercial Camino Real: “Elegance”. Comencé haciendo correas, zapatos y carteras. Me iba muy bien, pero ocurrió algo muy fuerte en mi vida; y después de seis años exitosos -haciendo cosas preciosas- tuve que cerrar. Digo que eran cosas preciosas porque me encantaban. En ese sentido, jamás voy a ser humilde, pues me gusta muchísimo lo que hago. De veras.

Hubo un paréntesis en el que me hice distribuidora exclusiva de una empresa dedicada a todo lo que es la estética para manos y pies. ¡Yo traje la novedad de las uñas acrílicas al Perú! Y, como empresaria, me iba bien, pero sentía un hueco. Me sentía vacía.

Hacia mi trabajo con amor, pero no era feliz; y, en un momento dado, dije: “¡Hasta aquí llego! Lo mío es crear, diseñar, ¡voy a tomar ese camino!”; y como le dije mi esposo: “Si gano mucho o nada, no importa. Quiero hacer lo que me gusta, quiero realizarme”; y, en la plenitud de mi vida, he dado un cambio. Un cambio hacia lo que siempre quise.

Pudo arriesgar gracias a que tiene la fortuna de carecer de premuras económicas.

Gracias a Dios. Debo confesar que, en ese sentido, no es que me haya costado gran lucha; aunque, construir nuestra vida económica, sí que nos costó a mí y a mi esposo. Imagínate: yo, igual que él, provenimos de familias muy pobres. Yo soy de ‘La rica Vicky’.

¿De qué barrio?

Andahuaylas, al costado de la comisaría (en el llamado Barrio Obrero). Mi origen es muy humilde, pero vivo orgullosísima de mis padres. Si volviese a nacer, pediría que ambos volvieran a serlo. Ellos me enseñaron a amar a mi país.

Si era tan humilde, ¿cómo llegó a poner una tienda en Camino Real?

¡Ah, no! Es que eso vino mucho después. Hiran ha sido siempre un hombre de mucho empuje, de mucho trabajo. Él, sin tener cómo, muy audaz, muy jovencito, alquiló una tienda en (el jirón) Camaná. Estábamos de novios, y ahí nomás nos casamos; nos pusimos al frente de esa tienda y vendíamos artesanía peruana que yo mandaba a hacer, tal como yo la quería.

Empecé a diseñar joyas, cuadros cajamarquinos, ¡en fin! Y así pasaron los años, comenzamos a hacer no riqueza, pero sí el dinero suficiente para tener comodidades. Eso fue antes de todos los problemas que ahuyentaron a los turistas y que llegaron justo cuando mi esposo había comenzado a hacer unas reproducciones de muebles coloniales. Aún los sigue haciendo, pero ya para exportación. Por eso, a nuestros hijos les hemos enseñado que hay que tocar puertas, pues siempre una se va abrir. ¡A nosotros nos pasó!

Viajamos a Houston para dejar a nuestros hijos y alejarnos del terror. En Lima (a mediados de los 80) ya no se vendía artesanía, nuestro negocio se iba abajo. Hiran hacía muebles preciosos, pero no había a quién vender. En Houston nos hablaron de Santa Fe, en Nuevo México. Fuimos, tocamos puertas tratando de competir con todos esos maravillosos muebles mexicanos. Tocamos hasta que una puerta se nos abrió. Hiran llevaba consigo un catálogo enorme con las fotos de todos sus muebles, y el señor que nos atendió -dueño de unas tiendas enormes en Santa Fe- quiso morir cuando las vio. De entrada, le hizo una compra de 70 mil dólares. ¡Te lo juro! Hiran le decía: “¡Para!”; porque el señor le decía: “Quiero seis de estos, doce de estos…”. “¡Un momentito! Yo no puedo hacer seis ni doce, porque estas son reproducciones hechas a mano”. Fue impresionante. Yo no me cansaba de agradecerle a Dios.

Detalles como ese deben haberlos unido mucho.

Eso debe haber sido. Eso debe haber hecho que exista una fuerza tal, que no habrá huracán que se la traiga abajo.

Ahora, usted, además de las llicllas, también tiene sus trabajos hechos con cachos de toro.

Sí. Primero fueron mis ‘cholitas’ (bolsos), después mis ‘love bag’ (nombre de exportación de sus llicllas convertidas en carteras), a las que les tengo un aprecio enorme, pues, de toda la indumentaria de la mujer andina, esa manta es la más importante. Y ahora también estoy trabajando con cacho de toro.

…con presos del penal Castro Castro.

Mi amiga Yolanda de Vinatea, quien fue presidenta de la Confraternidad Carcelaria del Perú, siempre me invitaba a la cárcel. Cuando llegué, sentí que tenía que crear algo que les diese trabajo; y allí estaba el cacho. Vi las cosas que estaban haciendo y decidí: ¡Voy a hacer una línea de joyería en cacho! Además, tenía unas carteras inconclusas. No sabía cómo hacerles el asa. ¡De cacho!

Comenzamos hace casi un año, hoy exporto mis carteras a París, Nueva York, Houston, Colorado, San Francisco y, muy pronto, a Italia. A nuestra línea de joyería también le ha ido muy bien en París.

¿Cómo se revierte eso en los presos?

Para empezar, los siento felices. Hoy saben que con un trabajo decente pueden lograr sus metas, pueden darles dinero a sus familias.

¿Qué porcentaje de cada cartera vendida va para ellos?

No lo sé, pero sí te digo: Yo sé que el trabajo en una cárcel siempre es más barato. Yo no comparto esa idea, por eso se les paga lo que corresponde.

¿Cuál es el factor fundamental para lograr lo que ha logrado?

Primero, mi gran necesidad de hacer cosas.

¿Algo de lo que adolecemos muchos peruanos?

Creo que sí. Uno debe de tratar de entenderse: Mirar hacia adentro, hasta encontrar nuestro don y comenzar a trabajarlo con todas nuestras fuerzas. Tenemos que estar convencidos de lo que hacemos, pues solo así podremos convencer al resto. Por eso yo rechazo a quienes dicen que no hay trabajo. ¡Sí hay! Y si no, te lo inventas. Posibilidades hay muchas, nuestro país es riquísimo, solo hay que saberlas buscar.

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Antonio Orjeda

Periodista, autor de "Mujeres Batalla" y de los libros "Mancha Brava".

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