Su paciencia y constancia pueden sacarlo de quicio. Su apuesta por el país, por sus extraordinarios alumnos del Centro Ann Sullivan, va mucho más allá de cualquier pseudoprograma social por el que inflan el pecho decenas de empresas. Pese a ello -y esto es inadmisible-, ella aún no cuenta con un sólido respaldo económico que le permita dedicarse únicamente a la formación de sus chicos. En vista de ello, tiene que seguir malgastando su energía en tocar puertas -¿una de esas no será la suya, querido amigo empresario?- en busca de ayuda.
Liliana Mayo estudió psicología en San Marcos. Era la dictadura de Velasco y ella hacia muchas preguntas. Por eso, recuerda, era constantemente castigada. ¿Cómo? La mandaban a educación especial. “Ahí, más que castigo, yo encontré mi misión”.
Ahí comenzó todo.
Me mandaban a educación especial y me daban los casos más severos. Me decían: “Para estos ya no hay esperanza”. Así conocía Paty, una niña de 5 años. Me dijeron que estaba endemoniada, lo que tenía era autismo. ¡Era preciosa! Lo que hice fue comprar un libro, comencé a aplicarlo y noté que ella comenzó a avanzar… “Como ella, ¿cuántos niños habrá en el país?”, me pregunté. Un sacerdote me hizo ver algo que nunca imaginé que pudiera existir: niños enjaulados, desnudos, atados en las azoteas…
¿Dónde vio eso?
En Miraflores, en el Callao, ¡los vi en todos lados! Pero lo que me marcó no fue la clase social, sino que se trataba de un problema que no se estaba enfrentando.
Por eso, el 20 de agosto del 79, a los 26 años y en el garaje de sus padres, abrió el Ann Sullivan.
Sí, porque nadie nos quería dar un lugar. Mi mamá convenció a mi papá. Le dijo: “Dale a la casa un aspecto humanista”. Ella me enseñó que en la vida lo más importante es dar. ¡Desde niña he visto eso en mi familia! Así que no estoy haciendo nada excepcional. Yo quería darle una alegría a mi país, y se la estamos dando al haber hecho un programa de primera en un país de tercera, con sueldos de cuarta. Es sobre eso que nos piden hablar cuando nos invitan a conferencias, desde Turquía hasta Beijing, quieren saber ¿cómo es que hemos podido hacerlo?
¿Cómo llegó a la noción de que un chico con síndrome de Down podía entrar al mercado laboral?
¡Ellos mismos fueron mis maestros! Fueron ellos los que me enseñaron que podían, que había que tratarlos como personas. Además, tuve gran maestra: la doctora Le Blanc (de la Universidad de Kansas), quien vino al Perú y nos enseñó que había que concentrarnos en las habilidades de los chicos.
¿Cómo llegó Le Blanc al Perú?
Después de que me pregunté si estaba haciendo las cosas bien, mis papás vendieron una casita y me mandaron a conocer a los profesores que yo estaba leyendo. Así la contacté.
En la Universidad de Kansas.
Sí, y ahora ella está acá. Aceptó el reto, pese a que le dijeron que si venía se iba a quemar como profesional.
Ya han conseguido que 19 empresas contraten a 55 alumnos. De ellos, el 70% mantiene a sus familias.
Eso es algo que cuando empecé el centro, jamás pensé que iba a ocurrir, pero cada día ellos nos dan grandes lecciones. Justo ayer, un empresario de Manpower (una consultora internacional en temas de empleo) me dijo: “Es increíble, ese joven (al que le dan empleo) me está enseñando que cada vez puede más y más”.
El Perú está dando una lección, porque en otros países las personas con habilidades diferentes también trabajan, pero, aquí, además mantienen a sus familias. Algunos le pagan la educación a su hermano normal.
En Estados Unidos se considera éxito el que un chico con síndrome de Down trabaje tres meses consecutivos. Aquí, hay quienes llevan haciendo ¡más de tres años!
Imagínate cómo nos vamos a sentir el próximo año, cuando los primeros chicos que comenzaron a trabajar -personas con autismo, otras con síndrome de Down- cumplan 10 años de trabajo consecutivo. Esto se ha logrado gracias a la oportunidad que nos dio el señor (Erasmo) Wong, y que han seguido otras empresas.
Tengo que destacar algo importante: cuando funde el centro, lo hice sobre todo pensando en los niños que no teman medios. El 60% de nuestros alumnos está en esa situación, y es por ellos que tenemos que tocar puertas en busca de apoyo. Afuera me han puesto el sobrenombre de “mendiga internacional”. A veces ya no me abren las puertas. Pero, ¡no importa! Porque lo importante es lograr que ese alumno que no tenía los medios, hoy esté trabajando.
Ellos son su combustible y una prueba de que los peruanos somos lo máximo, ¿no?
¡Por supuesto! Muchas veces me dicen: “Has ganado el Premio Reina Sofía (en 1999), la Universidad de Kansas te ha dado el Premio Honoris Causa, ¡su más alto galardón!”. Pero, el mejor premio para nosotros, y disculpa que me emocione (a Liliana se le ha quebrado la voz), es ver a nuestros alumnos triunfar; y ver la sonrisa de una mamá. Nosotros quisiéramos impactar en tantos chicos, pero sentimos la impotencia de no contar con los medios económicos.
Este modelo es bueno.
Yo nunca pensé que gente de Mongolia, la India, ¡gente de tan lejos esté queriendo adoptar nuestro modelo! Y si está funcionando, no es porque nos haya caído del cielo, nosotros nos capacitamos, trabajamos durísimo. Cuando la gente en todas partes me pregunta: “¿Cómo lo han hecho?”. Es pasión. Pasión por lo que hacemos y cariño por nuestro país. Uy, si yo dejara el país, ¡cuánto ganaría! Pero no me sentiría bien conmigo misma. Mi misión está acá.
¿Cuánto gana?
No llego ni a mil dólares… Lo que yo gano para mi persona, para mi alma, está en lo que logro con los chicos y las familias. Y no estamos solo en Lima, ahora hacemos educación a distancia en quince ciudades. Por eso, me daría pena que otros países terminen haciendo lo que nosotros deberíamos hacer.
No entiendo.
Hay países que quieren adoptar nuestro modelo; y acá que lo tenemos, lo estamos sacando adelante a fuerza de tocar puertas. Aún no hay una empresa peruana que nos ‘adopte’.
Acaba de regresar de una conferencia mundial en Beijing, donde habló sobre la experiencia de su centro, experiencia que ya ha sido adoptada en Brasil, Chile y España, ¿y sigue tocando puertas? ¿No es eso absurdo?
Cuando me tiran la puerta, recuerdo que “un no, es una manera lenta de decir que sí” (ríe)… Yo quisiera que una empresa nos diga: “Nos aliamos”; porque uno solo no puede. Además, nuestro lema es: “Juntos podemos hacer de lo imposible, algo posible”.