El papá de Carmen Muñoz era mecánico, ella es ingeniera mecánica. Él le inculcó la búsqueda de la independencia, ella fue más allá. Él tuvo su taller, ella repara y potencia empresas
Por Antonio Orjeda
Estando en sétimo ciclo supo que se había equivocado de carrera. Como su consigna es terminar lo que ha empezado, siguió adelante. Una vez que Carmen Muñoz identificó su vocación, comenzó a destacar. PMP Holding, una compañía especializada en la construcción con acero, venían creciendo, le urgía estar preparada para ello y buscó a la especialista. Ella había hecho crecer otra empresa, necesitaba un reto nuevo, y aceptó. Carmen no le huye a los retos.
En sétimo ciclo de Ingeniería Metalúrgica se dio cuenta…
De que eso no era para mí.
No por la materia. Ocurrió que, en su primera práctica en una mina, en San Mateo, no le gustó verse con casco, botas y uniforme.
(Ríe)… Fue en parte por eso, pero también porque era una carrera que me dirigía hacia algo muy puntual, muy técnico. En ese momento (los 70’), todas las empresas pertenecían al Estado y mi destino iba a ser trabajar para el Estado. No había más. Y como lo mío era bien técnico, iba a terminar en un laboratorio o en una planta.
Pudo haberse cambiado de carrera.
No le tengo miedo a cambiar, al revés. Pero creo firmemente que uno debe terminar lo que empieza.
¿No fue pesado continuar pese a que sabía que no era lo suyo?
Lo vi como parte de mi formación. Uno tiene un destino final –siempre se lo he dicho a mis hijos-, y cuando se es joven, es difícil saber exactamente qué pasos seguir. Has vivido muy poco, no puedes ver a largo plazo.
A partir de entonces, ¿cuál creyó que sería su norte?
Mi primer norte fue ser profesional, terminar una carrera; el segundo, ser independiente.
¿Influenciada por su padre? Él terminó el colegio, se hizo mecánico y llegó a tener su propio taller en Breña.
Influenciada por un mensaje muy curioso de mi papá, pese a que él venía de una familia muy tradicional. Cuando a los 13 o 14 años, mi mamá empezó con el afán de que aprendiese a lavar, planchar, cocinar; de que la ayude a limpiar la casa, mi papá le dijo: “No, que se dedique a estudiar. No quiero que dependa de nadie”. Esa fue su obsesión: que no dependa de otro hombre. Esa era su preocupación, y mi mente la tradujo como ser independiente de cualquier persona, aprender a tomar mis propias decisiones.
Hizo carrera en banca siendo ingeniera metalúrgica.
Durante mi primer matrimonio me fui a vivir al norte, por el trabajo de mi ex esposo. Cuando regresé a Lima, dije: “Con esta carrera no vamos a obtener mucho, así que voy a hacer un MBA que me sirva para cambiar de oficio”.
¿Cómo se lo pagó?
Tomé un préstamo. Tenía unos ahorros, calculé lo que iba a necesitar durante ese año; ya estaba divorciada. Tenía un hijo de 4 años.
Cambió de oficio estando divorciada y con un hijo. Tendría el apoyo de su ex esposo.
Un apoyo relativo (ríe)…
Fue osado lo que hizo.
Sí (ríe más)…
¿Qué la impulsó?
El deseo de llegar a mi segunda gran meta: ser independiente. Tenía que buscar la forma, y tampoco era que me gustara el oficio de ingeniera, porque de ser así habría insistido por ahí. Una las opciones era chapar a mi hijo e irme del país; otra, cambiar de carrera. Decidí cambiar de carrera.
Pudo volverse a casar, esta vez con alguien que la pudiera mantener.
Quería ser independiente. Tú lo has calificado de osado, yo no sé si es falta de miedo o exceso de confianza, pero es algo que me alimenta.
Incursionó en el mundo financiero y después cambió de rubro.
Y luego volví a cambiar: de bancos pasé a empresas, y a empresas difíciles; porque ambas son empresas familiares, en las que trabajas con el dueño.
Entró a Ilender cuando ya exportaba. Gracias a usted, duplicó el número de países a los que llegaba.
El dueño tenía una gran visión, lo que necesitaba era ordenar la organización y sentar las bases para un crecimiento más agresivo; y uno de mis fuertes es mi capacidad de planificación.
Destaca tanto en ello, que el 2007 una head hunter le planteó venir a PMP. Estaba contenta en Ilender, ¿por qué cambió?
Por dos motivos. El motivo práctico: viajaba mucho. Eran doce filiales y viajaba dos veces al mes, me pasaba diez días fuera de mi casa. Uno, dos, tres, cuatro años, puede ser interesante, pero siete fue ya cansador. ¿El otro motivo? Sentí que ya había hecho todo lo que podía hacer, que ya no tenía mucho de mí misma que explotar.
Quería retarse.
¡Sí! Necesitaba hacer otra cosa.
¿Fue una decisión personal? ¿Lo conversó con alguien?
Con mi actual esposo, porque soy el 50% de la economía familiar (ríe)… Jorge es un gran complemento. Cuando lo conocí, ya se dedicaba a las finanzas. Me ayudó muchísimo en mi formación, y después ha sido un gran consejero. Sus consejos no solo nacen del amor, sino de que quiere mucho mi carrera, sabe que es una parte importante de mi vida.
¿Cuán clave es eso?
¡Es vital!
A usted le encanta su trabajo y también regresar a casa.
Mi casa es mi sitio de descanso. Me preguntan por qué a veces me quedo hasta tarde y no llevo trabajo a casa: prefiero quedarme en la oficina y así tener dos mundos separados: mi casa y mi trabajo.
Su desarrollo profesional le generó culpa por no estar con sus hijos. Sin embargo, su ausencia desarrolló en ellos una autonomía que hoy la sorprende.
Las mujeres somos especialistas culpándonos por todo, ¿no? Cuando estaba en Ilender y tenía que viajar, el menor tenía 7 años y me era difícil dejarlo porque es un chico hiperactivo, que entonces tenía un déficit de atención. A diferencia del otro, había que hacerle mucho seguimiento y esa época fue difícil para él y para nosotros. Tenía la duda: “¿Estaría mejor si estuviera con él todo el día?”. Todas las noches me hacía esa pregunta, y se la decía a mi marido.
¿Qué le respondía?
Que no. “Él tiene un déficit de atención, no de mamá”. Necesitábamos darle las herramientas necesarias: terapias, el colegio…
Cuando llegó a PMP, no era el holding que hoy es. Facturaba US$60 millones, desde que usted llegó supera los US$100 millones.
No solamente por mí, es consecuencia de todo un trabajo. Lo que hemos hecho, ha sido organizar todos los negocios de la empresa.
¿Se asume como una trome?
Me congratula mi conocimiento técnico, experiencia, capacidad e instinto para tomar una decisión respecto a un problema, un asunto o un cambio.
Sabe armar equipos de trabajo.
Me es natural. No hago nada sin las personas, uno hace a través de ellas. ¿Soy una trome manejando personas? Ese es un proceso que se aprende en el camino.
Un líder debe saber identificar al empleado adecuado. En su equipo está Zaida Preciado, técnica en Contabilidad a quien no tomaron en otros empleos por no tener universidad. ¿Por qué confió en ella?
Porque tenía voluntad y ganas de aprender y de asumir retos y de hacer más cosas que las que ya hacía. Me identifiqué con ella porque si hay algo que valoro, es el afán por aprender, por superarse como persona, profesional, en el trabajo. Esas personas son las que busco: con esa curiosidad, esa falta de miedo para enfrentar nuevos retos.
Eso debe permitir que como ejecutiva se sienta plena.
¡Sí! No me siento trome, ¡me siento plena!
Pienso en ese momento clave: con un hijo de 4 años y decidiendo seguir un MBA. Pienso en quienes pasan por algo similar y no actúan.
Y ese hijo, hoy, trabaja en McKinsey, en México; en una de las consultoras más grandes del mundo. Ese chiquito, que hizo la maestría conmigo…
Valió la pena.
¡Valió la pena! Y, el último, que está en la universidad, es increíble. Esas son las cosas que te hacen ver que, ser padre, madre, no es solo estar físicamente, sino darles una imagen, un ejemplo de vida.